SEMBLANZA DE MI MADRE:
DIGNA MARINA TAPIA PAZ
En Loja, la campiña alegre del sur ecuatoriano, era el año de 1929, en
el día 14 del mes de junio, en el hogar de los esposos Segundo Tapia y Carmen
Luz Paz, que vio la luz primera de la vida DIGNA
MARINA TAPIA PAZ, la primera hija mujer, la inquieta, alegre, sutil,
primorosa y bella, que inundaría de alegría el modesto hogar.
Creció y se nutrió del afecto de sus padres, en la cuadra de la calle
Sucre entre 10 de Agosto y Rocafuerte, recibiendo las luces de la educación e
instrucción en las aulas regentadas por la Comunidad de las Hermanas de la
Caridad, en la sempiterna Escuela de La Inmaculada.
Pasaron los años, y el botón del jardín se hizo fragante rosa, con las
ilusiones de los nuevos calendarios, su silueta juvenil de perfumada flor,
inundó el ambiente del hogar y la comarca, y con ellas las insinuantes
asistencias de los colibríes. Sin
descuidar por ello la instrucción en las artes y las letras, alcanzó la
titulación de Maestra en la Rama Artesanal de Corte y Confección, de la mano de
la maestra Mosquera con el patrocinio de la Comisaría del Trabajo de aquel
entonces y el compartir de enseñanzas con amigas que luego serían familiares
como Julita Castro, la que luego se convertiría en la esposa de su hermano Julio
Cesar Tapia Maldonado.
Posteriormente con esfuerzo tesonero, con un grupo de amigas viajaron a
la ciudad de Quito en busca de un anhelado título de Bachiller Técnico.
Y cómo en todos los hechos sociales de la mujer y el hombre, llegó el
amor y sus ensoñaciones, conoció a quien con el pasar del tiempo sería el
compañero de sus días posteriores, Aurio Bolívar Maldonado Saavedra. Se casaron y llegaron al hogar los frutos del
amor: Carlos Bolívar, Segundo Fidel, Aurea Patricia, Luis Fabián, John Paúl,
Miguel Eduardo, y Nelson Alberto.
En la interluz de la existencia, enfrentando los avatares de la vida,
asumió otras responsabilidades además de las hogareñas.
De su existencia fructífera y señera, evoco una luz en mi corazón, que
me alumbró en mi niñez, sus palabras, melodía para mi oído y sus caricias,
pétalos para mi piel, es el tesoro que deambula en la mar de mi amor y hoy
evocamos su paso por las aulas escolares de la fronteriza provincia de Loja en
la docencia de la Escuela “Manuela Cañizares” de Celica, donde impartió
enseñanzas y conocimiento. Eran las
postrimerías de los años 1950.
Madre, desde la lejanía de tu gloria me llegan con frecuencia
bendiciones, e infantiles fragmentos de oraciones que suavizan la piel de la
memoria. Por eso recuerdo a Guayquichuma,
jurisdicción de la que fuera parroquia Catamayo del cantón Loja, que también
conoció de tu presencia, en la Escuelita del Barrio El Prado, donde también se forjaron
iniciales generaciones, hasta que por mérito propio fueras ubicada en la ciudad
de Loja, en la escuelita Virgen de El Pedestal del barrio Miraflores-
Hoy, la clara concepción de tus caminos me lleva transparente por las
sombras, recojo el mensaje de la vida que en el bautismo de mis días, tus ojos
grabaron en mi memoria. Es cuando aparece en tu quehacer docente, la nominación
para que seas la Maestra del Taller de Educación Artesanal Básica “Ramona
Cabrera” auspiciado por la Sociedad Mixta de Trabajadores “Primero de Mayo”,
luego de muchos años de entregar tus servicios es que concluirían tus
prestaciones laborales, acogiéndote a
los beneficios de la jubilación.
Sabes Madre querida que día a día seguí tus lágrimas y noche tras noche
caminé tus oraciones; te vi caer de las
sombras del cansancio, cuando la noche rompía tu fortaleza y al segundo de tu entrega vi alzarse tu
estatura astral, en la galaxia de la vida y de la muerte.
Somos de ti la prolongación rumorosa de tus sueños y la voz universal de
siete corazones invisibles, que hacen presente el homenaje de amor en el reino
silencioso de tu entrega total hacia el último viaje.
Las Madres nunca mueren, lo dijo el insigne poeta, por eso yo sé
que siempre estas, te quedas, vienes y vendrás, cariñosa y buena, a consolarme
cuando estoy enfermo, cuando estoy triste a compartir mi pena y
acariciar mi frente cuando duermo. […]
Por eso Madre querida, Digna Marina Tapia Paz, Tú nunca has
de morir mientras tus hijos vivamos: ¡el amor es más fuerte que la muerte!
Las madres nunca mueren porque se elevan como estrellas a ser
parte del azul infinito de los días.
Gracias a tu sangre generosa, gracias a tus manos
prodigiosas, gracias al néctar de tu esencia es que asumimos lo que somos.
Tenemos y debemos agradecerte por ser la guerrera de la
infancia, de la adolescencia, de nuestra vida adulta: ¡gracias por todo lo que nos
diste!,… “no te vayas todavía!... es el grito lastimero que en vano pretende
retenerte.
Madre nuestra, en esta carrera de la vida, recorriste 89
años. Dios y María Santísima fueron tu
ejemplo y modelo, cual diamante precioso te fueron modelando, puliendo y embelleciendo,
hasta que el creador te llamó Bienvenida y finalmente poder decir como San
Pablo: Combati el buen combate, ahora te toca el premio de su gloria.
En nombre de tus siete hijos, 25 nietos, 25 bisnietos y una
tataranieta, a ustedes queridos y estimados amigos y familiares les decimos
gracias, gracias desde el fondo del alma por vuestra solidaridad.
Nuestro primo Eduardo
Tapia Castro desde lejanas tierras nos envió este mensaje: “… no se puede decir
que este sea un adiós, cuando tanto queda en nosotros,
consejos, esperanzas y sueños que continúan en las nuevas generaciones. Este es un hasta pronto, hasta que nos
volvamos a encontrar en la casa del Padre…”.
HASTA SIEMPRE AMOR MIO. AMOR DE TODOS NOSOTROS…NUESTRO PRIMER AMOR, AMOR
DE SIEMPRE… Dios se lo pague a todos.
Loja, 24 de octubre de 2018