Segundo Fidel Maldonado Tapia
“El consumismo
puede referirse tanto a la acumulación,
compra o consumo
de bienes y
servicios considerados no esenciales, como al sistema político y económico que
promueve la adquisición competitiva de riqueza como
signo de estatus y prestigio
dentro de un grupo social.- El consumismo o consumo a gran escala en la
sociedad contemporánea compromete seriamente los recursos naturales y una economía sostenible,1 si
no se ponen en marcha alternativas constructivas relacionadas con el desarrollo sostenible -ecologismo,
decrecimiento,
consumo responsable, agricultura-
. El consumismo, entendido como adquisición o compra desaforada, idealiza sus
efectos y consecuencias asociando su práctica con la obtención de la
satisfacción personal e incluso de la felicidad
personal.”[1]
El consumismo
tal y conforme lo vivimos en estos años, inicia su desarrollo y crecimiento
a lo largo del Siglo
XX como consecuencia directa de la lógica interna del capitalismo
y la aparición de la mercadotecnia o publicidad
-herramientas que fomentan el consumo generando nuevas necesidades en el consumidor-. Muchos
autores coinciden en que el consumismo se ha desarrollado principalmente en el
denominado mundo occidental -extendiéndose después a otras áreas- haciéndose
popular el término creado por la antropología social sociedad de consumo, referido al consumo
masivo de productos y servicios.
“Tras la
aparición del capitalismo en la Europa occidental, la adquisición
competitiva de riqueza
se convirtió una vez más en el criterio fundamental para alcanzar el status de gran
hombre. Sólo que en este caso los grandes hombres intentaban
arrebatarse la riqueza unos a otros, y se otorgaba mayor prestigio y
poder al individuo que lograba acumular y sostener la mayor fortuna. Durante
los primeros años del capitalismo se confería el mayor prestigio a los que eran
más ricos pero vivían más frugalmente. Más adelante, cuando sus fortunas se
hicieron más seguras, la clase alta capitalista recurrió al consumo y
despilfarro conspicuos en gran escala para impresionar a sus rivales.
Construían grandes mansiones, se vestían con elegancia exclusiva, se adornaban
con joyas enormes y hablaban con desprecio de las masas empobrecidas.
Entretanto, las clases media y baja
continuaban asignando el mayor prestigio a los que trabajaban más, gastaban
menos y se oponían con sobriedad a cualquier forma de consumo y despilfarro
conspicuos. Pero como el crecimiento de la capacidad industrial comenzaba a saturar el mercado de los
consumidores, había que desarraigar a las clases media y baja de sus hábitos
vulgares. La publicidad y los medios de comunicación de masas aunaron sus
fuerzas para inducir a la clase media y baja a dejar de ahorrar y a comprar,
consumir, despilfarrar o gastar cantidades de bienes y servicios cada vez
mayores. De ahí que los buscadores de status de la clase media confirieran el
prestigio más alto al consumidor más importante y más conspicuo”. [2]
La época
correspondiente al último mes del año, en la vida social actual, se ve
arrollada por la publicidad y marketing de las transnacionales, induciendo con
sus mensajes a ”crear” felicidad en la adquisición de bienes, necesarios o no,
indispensables para estar a tono con el momento, con la moda al vestir, las
tendencias tecnológicas de punta, la imposición de las costumbres sobre el
“Papá Noel”, “Santa Claus”, que en la “noche buena” se debe comer tal o cual
alimento, que para despedir y recibir al nuevo año se debe vestir de esta o
aquella forma, que los dulces, que los regalos (con los que se mide el afecto,
mientras más grande y costoso, sinónimo de más ”amor”), todo gira en torno a lo
material, suntuoso, innecesario y fatuo.
¿Y las personas que no disponen de recursos para hacerlo? ¿No tienen
Navidad? O a lo mejor son más o verdaderamente felices con lo poco que
realmente les sirve y necesitan, que aquellas personas que si “festejan”.
Los invito a
reflexionar en que la Navidad, el fin de año, el nuevo año y aún más debería
ser por todos los días del año, como una época para dar, para compartir. El concepto de la Navidad tiene que ser un
tiempo de no dar cosas, sino dar el cariño que tienes dentro de tí. De fortalecer la fraternidad y la caridad, caridad
hasta con el enemigo, virtudes que seguirán siendo huecas y vacías, si es que
no las practicamos desde el interior de la propia pequeña sociedad, nuestra
familia.
[2] Marvin Harris (1974) Vacas,
cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, Alianza 1992, ISBN
84-206-1755-5, pags. 118 - 120, (trad. Juan
Oliver Sánchez)
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